Vive en suelos dañados, infértiles y erosionados, mejora el ecosistema del suelo de los bosques, elimina el CO2 de la atmósfera y produce un jugo azucarado a un ritmo asombroso. La palmera Arenga de azúcar es capaz de producir anualmente 19 toneladas de etanol por hectárea.
Este árbol es una fuente de etanol muy superior a otros cultivos alimentarios: el maíz proporciona 3,3 toneladas por hectárea; y con la caña de azúcar se pueden alanzar 4,5 toneladas. Los nativos de Indonesia recolectan de manera sostenible el jugo de la palma de azúcar, lo que les proporciona empleo y evita la destrucción de la selva. Esto, sumado a la obtención de un combustible limpio, llevó al científico y defensor de la selva Willie Smits a extender el negocio mediante su empresa Tapergie.
Las palmas de azúcar no se pueden cultivar en hileras sobre terrenos despejados. Forman parte del complejo ecosistema del bosque tropical y la manera óptima es hacerlo entre otros cultivos como la vainilla, el bambú, plátanos e higos. Sus raíces profundas hacen a la palma de azúcar ideal para terrenos con gran pendiente, ya que tampoco requiere de riego o fertilización. Además, sólo puede ser cosechada a mano por especialistas, que recogen dos veces al día finas rodajas del tallo floral donde se concentra la prolífica producción de la jugosa savia. Esta es delicada y fermenta con rapidez por lo que debe ser preservada en las profundidades de la selva.
Allí se concentra hasta pasar desde el 20% hasta el 60% de azúcar, punto en que es más estable y fácil de transportar a la planta procesadora. La savia se utiliza para producir azúcar orgánica, almidón, bebidas alcohólicas y biocombustible sin generar ningún residuo o requerir insumos para la planta. Solo la lluvia, el sol y el aire.
Las características de crecimiento de estos árboles y la cosecha sostenible que requieren son poco atractivas para los productores modernos, que prefieren cultivos intensivos en cientos de hectáreas recolectables a máquina. Sin embargo, para Smits, éstos no fueron obstáculos, sino los ingredientes de una oportunidad que ofrece alternativas viables de subsistencia a los nativos afectados por la pobreza en Indonesia, sin dañar su entorno.
El proyecto de Smit está financiado con una subvención de $105.000 del programa “Great Energy Challenge” de National Geographic. La planta principal de procesado, con sede en Tomohon, se inauguró en 2008 y actualmente emplea en cooperativa a casi 6.300 recolectores. La fábrica produce un tipo especial de azúcar que permite pagar a los trabajadores el doble de la media local. Tapergie funciona con el calor residual generado por la planta de energía y produce biocombustible para motocicletas, generadores y maquinaria.
Smits espera exportar este modelo de negocio a las 3.000 islas de Sulawesi, donde los residentes carecen de agua potable, atención médica, electricidad y otros servicios básicos. Espera que al proporcionarles los medios para aprovechar el potencial de la biomasa local que centra la actividad económica, podría desarrollar todo el proceso mediante mini-fábricas. Esto permitiría ayudar a satisfacer sus necesidades, al tiempo que dispondrían de un recurso local para obtener energía renovable a nivel regional y exportarla al mundo.
Al final, el combustible fósil de las máquinas de los nativos es sustituido por un biocumbustible que les permite obtener ingresos para crear escuelas y clínicas y acceder al agua potable y a la electricidad en un entorno inalterado.
Smits, que fue nombrado caballero en su Holanda natal y, desde su hogar adoptivo de Indonesia, fue uno de los defensores de los bosques que dio la voz de alerta en todo el mundo sobre el impacto de la producción a gran escala de biocombustibles de aceite de palma.
Imagen: Eric Rasmussen