Creía de verdad que la sociedad española estaba narcotizada en su mayoría y que en este país no se produciría un movimiento como el que ahora acapara titulares: “¡Democracia Real Ya!” (DRY). El debate ha empezado, ¿durará?, ¿será capaz de estructurarse con propuestas concretas?, ¿tendrá consecuencias reales?, ¿será otra efímera burbuja de apasionado descontento que pronto explotará?
Mi compromiso con el desarrollo sostenible no está exento de desesperanza ante el oscuro panorama que nos rodea. Pero es precisamente ese desaliento, que sé sobradamente no conduce a ninguna parte, el que me empuja cada día a buscar las iniciativas que ponen luz en el turbio camino hacia un planeta más habitable para todos.
Cada uno de nosotros carga con sus propios dramas personales y es testigo de los que le rodean. No conozco a nadie que diga que este mundo es justo, pero tampoco creía que España pudiera hacerse eco del llamamiento de un intelectual de 93 años como Stéphane Hessel desde su libro “¡Indignaos!” Creía que la apatía dominaba el panorama y me equivocaba. Algunos pensarán que no tiene nada que ver una cosa con la otra, ni tampoco con el clamor en el norte de África. Tal vez, pero las semillas, cuando arraigan en el suelo adecuado, crecen, aunque sea en forma de planta invasora. Es lo que tiene vivir en una aldea global.
No sé si DRY llegará lejos, pero de seguro está haciendo reflexionar y opinar. El ciudadano de a pie se ha vuelto escéptico y eso es algo peligroso, porque la apatía y el activismo son dos caras de la misma moneda. Quien más y quien menos ha trabajado sin contrato; o ha firmado resignadamente uno de 5 horas para tener que trabajar 8 si no quiere quedarse en la calle; ha asistido a concursos que se hacen a la medida del candidato preseleccionado; ve que importantes empresas despiden trabajadores para aumentar beneficios y luego ofrecen compensaciones multimillonarias a sus ejecutivos; sufre abusivas cláusulas suelo en su hipoteca; sabe que tendrá que jubilarse tan tarde como en otros países pero no percibirá los mismos salarios que ellos; entiende que es la cabeza de turco de una crisis generada por los especuladores; siente que vive en una sociedad manejada por intereses privados y en la que sólo es una ficha con escasa o nula capacidad de movimiento autónomo; asiste a la dilución de los derechos que con tanto esfuerzo labraron sus abuelos y padres….y, a la postre, nace DRY.
Hay quien clama que el movimiento está manipulado por intereses de izquierdas, como si la gente no fuera consciente de la necesidad de respuestas y soluciones. O que está dirigido por individuos antisistema. ¿También los jubilados o los profesionales como yo que asistimos con nuestros hijos a la cita del 15-M? Como poco, la afirmación es errónea, porque la amalgama general de ese encuentro pacífico era la búsqueda de una sociedad en la que quepamos todos con dignidad, basada en valores y no en la dictadura de los mercados, donde la abundancia de unos pocos no signifique la precariedad de muchos. Y en esas entiendo que continúa el movimiento.
Sería estupendo ver que se produce la necesaria regulación de los sistemas financieros, que se establece por ley la Responsabilidad Social Corporativa, que se cumplen los Objetivos del Milenio, que todos nuestros políticos se ponen al servicio de los intereses colectivos de los ciudadanos…Hay quien lo llamará utopía, yo lo considero inevitable, si no queremos caernos con todo el equipo. Si desde DRY se formulan propuestas concretas está por ver, pero ya se habla de una posible segunda entrega de Hessel que podría titularse ¡Sublevaos! Yo, mientras tanto, continúo con la relectura de Ernesto Sábato, por aquello de no perder la perspectiva.
Sonia Gómez Saiz – Ecogaia