Un estudio del Food Climate Research Network de la Universidad de Surrey (Inglaterra) alerta de la necesidad de volver a los antiguos hábitos de alimentación si queremos detener el cambio climático. Entre los consejos dados destaca racionar el consumo de carne a cuatro porciones modestas y de un litro de leche a la semana.
El estudio, llevado a cabo durante cuatro años de investigación, recomienda reducir el consumo de alimentos, especialmente de aquellos con bajo valor nutricional, como los dulces y el chocolate. Además, urge a la vuelta a los hábitos de los abuelos: caminar a comprar localmente productos de temporada, cocinar para más de un día en cazuelas con tapadera o en ollas a presión, evitar derrochar comida, así como el uso de microondas o hacer compras por Internet.
Este informe, el más completo de su categoría, va más allá de cualquier otra alarma anterior acerca del impacto que tiene la industria ganadera sobre los gases de efecto invernadero y la subida de los precios alimentarios.
El estudio también muestra que las campañas de concienciación individual tienen pocas posibilidades de éxito, por lo que se hacen imprescindibles las medidas oficiales para limitar la emisión de gases invernadero y CO2. Sólo así se producirá el cambio.
Tara Garnett, autora del informe, afirma que “la comida es importante para nosotros también de manera cultural y simbólica, y nuestras opciones de alimentos se ven determinadas por el coste, el tiempo, los hábitos y otros factores”.
Las conclusiones del estudio están en línea con la investigación realizada por la revista The Ecologist, que consideraba exagerados los argumentos a favor de hacerse vegetariano o vegano para detener el cambio climático y reducir la presión alcista sobre los precios de los alimentos. Es más, esta postura perjudicaría especialmente a los países en desarrollo, donde mucha gente depende de los animales para conseguir comida, lana o cuero, así como el abono para sus cultivos.
En cambio, se recomienda reducir por lo menos a la mitad el consumo de carne, alimentar a los animales con hierba lo más posible y que los desechos alimenticios no sean consumidos por las personas. “Culpabilizar al ganado del cambio climático nos distrae de la realidad del cambio climático y la producción de alimentos”, asegura Pat Thomas, editor de The Ecologist.
Desde el departamento del cambio climático de las Naciones Unidas también se ha hecho un llamamiento a consumir carne al menos una vez por semana.
Según el Food Climate Research Network la producción del sector alimentario británico genera 33 millones de toneladas de CO2 que, añadidos al consumo –incluido el transporte- alcanza 43,3 millones de toneladas. Una cifra que equivale a una quinta parte de las emisiones nacionales, si bien excluye los impactos indirectos de acciones como la limpieza de bosques para ganado y cultivos que sumarían entre un 5% y un 20% más a las emisiones totales.
En la investigación también se destacan los eslabones más contaminantes de la cadena alimentaria. Y aunque el empaquetado atrae la mayor atención, sin embargo se sitúa como el quinto factor, por detrás de la agricultura – especialmente el metano que generan las flatulencias del ganado-, la manufactura, el transporte, el cocinado y la refrigeración doméstica.
La ONU y otros organismos recomiendan que los países en desarrollo recorten en un 80% las emisiones para 2050. Para ello tendrían que reducir su consumo de carne y leche, de tal modo que la producción se mantenga estable cuando la población mundial llegue a la cifra estimada de 9.000 millones en esa fecha.
También podrían reducirse entre un 50% y un 67% las emisiones del sector agrícola, el transporte, la producción y el comercio mediante el uso de fertilizantes más eficaces, un cambio en la dieta del ganado y la aplicación de energías más limpias. Claro, que para eso se necesitan incentivos oficiales ya que “los agricultores y ganaderos no se pueden permitir el lujo de afrontar nuevos gastos sólo por hacer el bien”, advierten desde National Farmers' Union.