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Los secretos sostenibles de la abuela

El otro día al pasar volvieron a saludarme las bolsas de plástico recién lavadas que la abuela había puesto a secar en el balcón. Todo se aprovecha. Esa es la cultura de la que procede y a la que estamos abocados de nuevo.

En la cocina, la abuela es una maravilla. Al contrario que la mayoría, ella utiliza la nutritiva parte verde del puerro y las hojas de la coliflor para cocinar deliciosas cremas de verduras, sin olvidar las saludables ortigas que recoge. También embellece sus guisos con el picadillo de los rabos de las cebolletas y sabe enriquecer sus ensaladas con las hojas del diente de león y otras plantas silvestres. Tiene un arte especial en maximizar los productos que recoge de la huerta y el campo o compra en el mercado. Nada se tira, es su filosofía.

Sigue utilizando sus propias bolsas de rafia para traer las compras y, si necesita alguna más, las recicla hasta el final de su vida. La verdad es que los contenedores de reciclaje apenas se surten de ella porque reutiliza prácticamente todo. Si alguna vez consume algo procedente de un tarro de cristal, el destino de este serán las confituras elaboradas en casa. Las esporádicas latas, ya son otra cosa, como los vasos de plástico de los yogures que prefieren los nietos. Alguna concesión le toca hacer, aunque ella sólo toma el yogur hecho en casa y los zumos de su licuadora.

En invierno, aunque ya tiene calefacción central, en casa siempre llevaba una toquilla por los hombros y se coloca una manta sobre las rodillas cuando se sienta en el sofá. Asegura que no es bueno tanto calor como hace en las viviendas hoy en día. Y dice bien, aunque la mujer no entienda nada de CO2 ni del mercado de emisiones. Ella más bien piensa en la garganta y en la piel, que se le secan con facilidad.

En la bañera tiene un balde que llena antes de cada ducha con el agua fría que sale del grifo antes de que llegue la caliente. Luego la utiliza en el urinario, recordando los tiempos en que había que ir hasta la fuente del pueblo para abastecerse de agua corriente. Cree que aunque ahora le llegue hasta casa es un derroche tirar tanta agua limpia. También aprovecha para el riego el agua de la lluvia recogida en un par de barriles. Dice que a las plantas no les gusta el cloro.

La abuela siempre ha tenido su propio depósito de compost para nutrir el huerto y las macetas y tritura las cáscaras de los huevos para mantener alejados a los caracoles. Nada de matarlos con veneno, que luego están bien buenos en la cazuela, apunta.

Todo el ropero de la abuela está elaborado con fibras naturales. Asegura que las artificiales no son tan gustosas al tacto. Cuando se acerca su cumpleaños advierte a la familia que no quiere nada nuevo, que tiene todo lo que necesita. Es cierto que se ha arreglado y readaptado la ropa toda la vida, pero la blusa de seda que le regalaron el año pasado se la pone encantada en cada ocasión especial.

Cuando es la fiesta de los nietos, no hay nada tan especial como los largos collares de rosquillas caseras que la abuela elabora para ellos. Y para los adultos, nunca falta una nueva planta del jardín con la que decorar y purificar el ambiente del hogar. Claro, que de vez en cuando también puede obsequiar con una cesta para la ropa que ha hecho a ganchillo con bolsas de plástico, o con un juego de toallas de algodón o lino que llevan años ocupando sitio en sus armarios y no tiene intención de utilizar. Ante todo, la abuela es muy práctica y todos aprendemos de ella a llevar un estilo de vida más sostenible.

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