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¿Nos está echando Gaia de casa?

La cuenta atrás. Estamos al final de la cuenta atrás. El contrato de alquiler está a punto de expirar porque los inquilinos no han cumplido la cláusula de respeto y cuidado al hogar que les ha albergado de manera generosa.

Esto es lo que se deduce de las palabras de Jim Lovelock, el eminente científico que creó la teoría de Gaia, y que asegura que ya hemos sobrepasado el límite de abuso y por tanto la raza humana, o por lo menos la civilización tal y como la entendemos hoy en día, desaparecerá en un puñado de años. No hay solución al cambio climático, asegura.

Lovelock ha hecho importantes descubrimientos científicos y fue el que puso sobre la pista del agujero de la capa de ozono y uno de los primeros en advertir el calentamiento global. Eran los años setenta, trabajaba para la NASA buscando vida en Marte cuando tomando como referencia el nombre de la antigua diosa griega  Madre Tierra o Gaia, desarrolló una hipótesis ampliamente aceptada, incluso por diferentes colectivos científicos. Según ella, nuestro planeta funciona como un organismo vivo donde toda la vida que alberga interactúa entre sí y se autorregula para mantener el equilibrio. La biosfera, la atmósfera, los océanos y la tierra firme funcionan mediante una sinergia, un sistema cibernético que posibilita el entorno físico y químico para la vida. Pero si algo falla, todo el conjunto se altera, como cuando enferma una parte de nuestro cuerpo.

Lovelock está convencido que ese mecanismo de funcionamiento está tan distorsionado que se ha vuelto contra nosotros y no hay vuelta atrás, que todos los esfuerzos para corregir el calentamiento del planeta llegan tarde. Y si hace dos años lanzaba una controvertida defensa de la energía nuclear porque no produce gases de efecto invernadero, ahora hace un llamamiento a la toma de medidas para la supervivencia ante el inevitable cambio climático.

En su libro “La venganza de Gaia” defiende que cuando baje el nivel de industrialización la capa de polvo que envuelve a la tierra descenderá, dejará de ejercer de barrera a los rayos solares y las temperaturas subirán dramáticamente. Entonces, los suministros de agua caerán y la agricultura será inviable en numerosas partes del mundo, al tiempo que las zonas costeras se inundarán y las catástrofes naturales asolarán y destruirán las modernas infraestructuras. La supervivencia entrará así en fase crítica.

Lucha por el futuro

Muchos preferimos no abandonarnos a las teorías catastrofistas y sí implicarnos en la adopción de medidas paliativas. El sistema económico actual cada día da más muestras de no ser sostenible, genera desigualdades en el ámbito mundial y destruye el medio ambiente.

Es hora de adoptar energías limpias a escala global, de concienciarnos individualmente en el respeto y cuidado del entorno, de que los ricos papás- Estados dejen de subsidiar actividades agrarias insostenibles, que esquilman los recursos y dejan fuera del juego comercial a los productores más modestos y sin ayudas del mundo pobre.

Esas enormes subvenciones podrían dedicarse a desarrollar de forma eficiente las actividades agrarias de carácter doméstico y respetuosas con el medio ambiente, que proporcionan productos saludables y un medio de vida a multitud de personas. Muchos más puestos de trabajo de los que generan las enormes granjas - factoría. Mediante el uso de las modernas tecnologías con energías renovables esas prácticas tradicionales resultarían menos laboriosas y podrían devolver el interés en ellas. Incluso los miles de parados que está dejando el sector de la construcción podrían reincorporarse al ciclo productivo al unirse a las nuevas formas de economía sostenible.

Impulso colectivo

Es el momento de volver a la compra local, la que apenas deja huella ecológica al no basarse en el largo transporte de mercancías, la que posibilita el crecimiento de las comunidades pequeñas, la que convierte en accesible el consumo de productos frescos de temporada, con sabor auténtico, recolectados en el momento óptimo, no desarrollados artificialmente ni madurados en macro-frigoríficos.

Los expertos saben que la producción ecológica agraria y pesquera aplicada a gran escala supondría una gran mejoría de la calidad de vida global. Ya ha quedado demostrado los desastres que acarrea la producción intensiva desarrollada hace un cuarto de siglo: agotamiento de recursos, contaminación del entorno, adulteración de los alimentos, enorme gasto energético, pérdidas de empleo en aras a la productividad, etc..

Una vuelta atrás pero con los conocimientos añadidos de hoy en día crearía numerosos ecosistemas económicos autosuficientes que además convertirían el comercio justo en una realidad. La tradición unida a la modernidad pondría freno a la especulación que sólo beneficia a unos pocos y que tanto perjudica a productores y consumidores.

Con un impulso económico inicial podrían ponerse en marcha pequeñas granjas auto-sostenibles donde los animales se crían de manera natural, al aire libre, y su estiércol se recicla en la tierra de cultivo. Y al final, más grande no es sinónimo de más rentable. Tal vez el comienzo sea la Coordinadora Europea Vía Campesina, recientemente creada por 25 organizaciones agrarias de 16 países.

Por otro lado y con datos en la mano, al igual que las pequeñas granjas de ganado, los pequeños negocios pesqueros emplean a más gente por unidad de alimento consumido. Al operar más cerca, no consumen tanta energía por pescado y al ser más reducidos, no sobrepescan y tampoco destruyen los fondos marinos con sus métodos tradicionales de pesca. Por su parte, las piscifactorías implican un alto consumo energético y alimentario, así como el uso de productos químicos que previenen las enfermedades por hacinamiento. Nada que ver con la ecología y la sostenibilidad.

En el lado opuesto está fomentar la cría de marisco en las costas, que además de añadir riqueza ayuda a limpiar las aguas. Añadir estanques de peces en las zonas de arrozales es otra forma de sumar ingresos y variedad dietética a esas regiones, así como de proporcionar abono nuevo al terreno con los desechos de los peces.

Las posibilidades de mejorar nuestro futuro personal y ambiental son muchas. Sólo hay que querer buscarlas, impulsar iniciativas políticas y la concienciación ciudadana. Plantearnos si necesitamos tanta proteína animal en nuestra dieta, tener en cuenta que las grandes especies carnívoras de peces tienen mayor impacto en el equilibrio marino, decidir conscientemente en qué alimentos invertimos nuestro presupuesto y valorar la huella ecológica que deja nuestro estilo de vida, va a determinar la calidad de vida de las generaciones venideras. Está en manos de todos y Gaia podría pensárselo antes de echarnos definitivamente de casa.

Imagen: foto de James Lovelock - Jonathan Cobb

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